“La
construcción de una cultura de la paz es un proceso lento que supone un cambio
de mentalidad individual y colectiva. En este cambio, la educación tiene un
papel importante en tanto que incide desde las aulas, en la construcción de los
valores de los que serán futuros ciudadanos..." José Palos Rodríguez
José Palos tiene razón, en cuanto la misión de los profesionales de la educación -los pedagogos- tienen legítima y legalmente, el derecho y deber de educar ... La pregunta es si realmente hay claridad con respecto a qué es educar y si, consecuentemente prevalece como base y finalidad una pedagogía educativa, donde el conocimiento se enjuicia valóricamente, de tal forma la instrucción se pone al servicio del bien actuar y bien ser... Un simple ejemplo: Bombas atómicas y bacteriológicas son pueba de una instrucción al servicio de la violencia...
José Palos, refiriéndose a lo mismo, añade: "Los cambios
evolutivos, aunque lentos, son los que tienen un carácter más irreversible y en
este sentido la escuela ayuda con la construcción de nuevas formas de pensar.
Pero la educación formal no es suficiente para que estos cambios se den en
profundidad. La sociedad, desde los diferentes ámbitos implicados y desde su
capacidad educadora, también debe incidir y apoyar los proyectos y programas
educativos formales” y, agreguemos, de inmediato: Programas de Educación no formales. (José Palos Rodríguez. Educación y cultura de la paz. OEI.
Programas. Educación en Valores. http://www.oei.es/valores2/palos1.htm)
Sólo una valoración distinta de nosotros, de los y lo demás; sólo una forma correcta de valorar, esto es, respetuosa de la realidad verdadera y de sus sentidos en el contexto del universo y de los mundos que vamos co-construyendo y conviviendo, permitirá sanar nuestra "sociedad"....
He
querido empezar este curso con las palabras del académico de la Universidad de
Barcelona José Palos Rodríguez, por dos motivos. Primero, porque avalan que nuestras temáticas
–la violencia y la paz- es imprescindible que sean parte de la formación de
nuestros educadores y, entre ellos, principalmente de los profesores pues son
ellos quienes, legalmente, han sido acreditados ante el país como profesionales
de la educación. Al mismo tiempo deseo enfatizar que no sólo los profesores
educan; recordemos que –como primer deber y derecho, es la familia la
responsable directa de la educación de los hijos. También, tienen un deber educativo los
líderes espirituales y sociales; desde
los diversos ámbitos en que se desenvuelven, a través de los diversos medios de
que disponen y con los alcances y límites que corresponde a sus servicios. El
segundo motivo que me lleva a elegir este párrafo es la frase “Pero la
educación formal no es suficiente para que estos cambios se den en profundidad” La pregunta surge de inmediato ¿Por qué la
educación formal no es suficiente? Hay
unas primeras respuestas muy repetidas en ámbitos pedagógicos: “No sacamos nada
con educar en la escuela, si en la casa se hace todo lo contrario”, “La familia
es la responsable de formar en valores”, “En la calle aprenden todo lo
contrario”, “Internet y los videojuegos incrementan la violencia”, “Educar en
valores es hacer el loco”… Bueno, por ello se requiere que los profesionales de
la educación asuman un papel de liderazgo; pues líderes es lo que se requiere
cuando los caminos están ocultos o cuando hay que construirlos porque no los
hay. Si las familias hoy estuvieran bien
constituidas y se dieran en ellas espacios para entregar valores vívidos, si
los barrios con sus plazas y calles fueran lugares de sano encuentro, si los
líderes espirituales fueran auténticos hombres de la paz, si los medios de
comunicación masiva, las redes sociales y videojuegos transmitieran valores… si todo fuera así, el
paraíso en la tierra, entonces, no sería
necesario tener como carrera profesional la de educador. Por lo mismo, hoy con mayor razón se requiere
formar educadores de profesión.
Profesionales que, en el sentido activo de esta palabra –profesar- sepan
enseñar a profesarse, esto es, a presentarse ante los demás, a darse para los
demás, como personas que anhelan los valores de la honestidad: justicia,
templanza, prudencia, fortaleza y, consecuentemente, respeto, justa tolerancia
y convivencia en paz.
¿Por
qué la educación formal tampoco es suficiente? Porque a veces se confunde
educación con instrucción y la enseñanza- aprendizaje se reduce a una
relación instructor-instruido; relación
que se caracteriza por un ser que domina datos, fórmulas, estrategias para – a
nivel de ideas, ideologías, doctrinas o condicionamiento físico- transmitrlas a
“otro” quien debe recepcionarlas sin más, para luego demostrar que las aprendió
tal cual. Digo “otro” porque en esta
relación desaparece el semejante, el tú personal que temores y anhelos,
afectos, interrogantes, ideas, vínculos, intereses, creencias, capacidades y
discapacidades… Muy distinta es la
relación educador- educando, pues se parte de la convicción de que se educa a
un ser de suyo libre que debe aprender a realizar esa libertad de ser que le
llevará no sólo a una auténtica realización personal sino que, precisamente
descubrirá, que nos realizamos y somos felices realizando y haciendo felices a
quienes amamos. La educación es
autoeducación, es realización del ser que somos, es construcción de mundos
personales que trascienden en el encuentro interpersonal y transpersonal.
Y
aquí aparece el cine como un mundo que se ofrece para el encuentro, para
vivenciar -con su magia de imagen,
planos, sonidos, guion y actuación- las intimidades de otras personas diversas
a nosotros; para conocer sus procesos interiores –cómo sus angustias,
debilidades y temores se van transformando para hacerlas fuertes, seguras de sí
mismas, recuperadoras de su dignidad.
Por otra parte, el cine es testigo de nuestro tiempo, muestra lo mejor y
lo peor de nosotros, desoculta lo encubierto tras la maraña de interrelaciones
propias de nuestro mundo globalizado, en el cual se juegan los más diversos
poderes. Una buena película es propicia para el diálogo, para la discusión,
para llevarte a tu propio mundo interior y hacerte tomar conciencia de aquello
que no te habías percatado. El cine
puede ser inspirador; sus personajes y las situaciones pueden ser grandes
colaboradores del educador.
Para
María Ángeles Almacellas el cine aparece como un recurso pedagógico que
permite al niño, adolescente, joven o adulto,
descubrir y vivenciar las realidades propias y de su entorno: “Para
ello, el cine de calidad –como la buena literatura- es un recurso pedagógico
excelente porque permite realizar la experiencia profunda de una situación de
vida y analizarla sobre la base de los descubrimientos que el joven haya
llevado a cabo.” (Educar con el cine. 22 películas” Ed. Internacionales Universitarias. Madrid 2004,
pág29) Luego agrega: “Bajo la sucesión de hechos que constituyen el argumento
de una película, una mirada penetrante descubre una experiencia de vida con su
lógica interna, es decir, el tema (…) Visto de este modo, el cine no queda
limitado a la narración de historias ajenas a nosotros, sino que nos descubre
formas de orientar la existencia.
Descubrir la lógica interna de los procesos humanos permite al joven
comprender el carácter y las consecuencias de ciertas actitudes y, con ello, recibe una seria advertencia
sobre su propia vida” (Ibíd. Pág. 29-30).
Educar
a través del cine para entender la violencia y cultivar la paz, implica
formar espectadores reflexivos, críticos, sensibles afectiva, social,
moral y estéticamente. De este modo,
aprenderán a ser críticos ante toda imagen audiovisual, salvaguardándose de ser
fácil presa de aquello medios que buscan alienarlos con su sensacionalismo,
empobrecimiento cultural, reduccionismo del ser personal a cosa o animal. Me
refiero a los programas que promueven por sobre todo los cuerpos artificiales,
al costo de operaciones y siliconas, drogas, alcohol, toda suerte de
desenfrenos aniquiladores, violencia, vestuario de marcas, relaciones
superficiales, esnobismo, en fin, degradación de todo lo humano. La tecnología puesta al servicio de la imagen
y de la conectividad sin un sentido superior al que sirvan, hacen del
espectador no sólo un ser dominado por estos medios, sino que le llevan a
perder la verdadera capacidad de comunicación y entendimiento. Es la imagen,
sonido y movimiento como droga que le hace dependiente y envilece; de tal modo
surta efecto rápido la propaganda: “Tenemos la mirada absolutamente
colonizada. Cada vez vemos más cosas
pero miramos menos” dicen Alba Ambrós y Ramón Breu (“Cine y Educación. El cine en el aula de primaria y
secundaria”. Ed. Grao, Barcelona 2007,
pág 31).
Formar
espectadores de cine significa:
- Entender y apreciar el lenguaje cinematográfico: Esto requiere interpretar actuación, enfoques y movimientos de cámara, colores, sonidos y silencios (tonalidad y fuerza de los parlamentos, música, sonidos de pasos, del viento, de un reloj, de los latidos del corazón o de una respiración entrecortada…); interpretar el guion, la lejanía o cercanía de los cuerpos, las miradas, el juego de los tiempos, las metáforas…
- Ver la totalidad de la obra y su original (no su doblaje)
- Guardar silencio durante la proyección.
- Informarse previa y posteriormente sobre la obra; especialmente sobre su director y lo que llevó a su creación.
- La Escuela, liceo, Universidad o Institución, donde se exhibirá y educará a través del cine, deberá:
- a) Entender el valor de estas sesiones, eventos y cursos.
- b) Equipar las Aulas con los equipos correspondientes, de tal modo no atentar contra la calidad de la obra cinematográfica.
- c) Resguardar la sala de proyecciones de sonidos externos.
- d) Resguardar la posibilidad de oscurecimiento total de la sala, de tal modo pueda darse la comunicación vivencial filme-espectador, sin interferencias.
- e) Tener el acondicionamiento necesario para que el espectador pueda ver la pantalla completa, sin estar moviendo la cabeza para esquivar a quienes están delante y tener el aire acondicionado necesario para no estar faltos de aire ni estar entumeciéndose de frío; sensaciones que interfieren pues desvían la atención de su objetivo, gastan energías e impiden mantener la sensibilidad estética y ética necesarias para aprehender vivencialmente los valores de la película.
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