viernes, 27 de septiembre de 2013

1.4 La Violencia Como Vivencia y la neurociencia

            No es lo vivido sino las vivencias son las que nutren y dirigen nuestras existencias. Nuestras vivencias, entendidas como la forma de percibir, sentir, tomar conciencia de sí mismos y de todo, son las que deciden –generalmente, sin que nos percatemos de ello- nuestras actitudes, valoraciones, pensamientos, acciones, emociones, forma de proyectarnos, recordar, comunicarnos; nuestros ideales, amores y el sentido que demos a la vida y a la muerte. Por lo mismo, nuestras vivencias determinan nuestras necesidades personales y la forma de tender a ellas, el modo como satisfacerlas o renunciarlas, cómo, cuándo, dónde y a qué costo…

            En cuanto no somos seres inmanentes (seres cerrados en sí mismos, cuyo actuar no trasciende, por lo cual no afecta a nada más que a sí mismo) sino que trascendemos, nuestras más íntimas vivencias afectarán directa o indirectamente a los demás: recuerdos, proyectos, temores, confianzas y desconfianzas, egoísmos, celos, avaricia, generosidad, amores, vocaciones, frustraciones, sublimaciones, ideas, creencias, ansias de poder y voluntad de servicio, timidez, necesidad de reconocimiento, timidez, sobreestimación, desconsideración, gratitud, resentimiento, remordimiento, solidaridad, odio, ira, agresividad… Todas estas vivencias–y muchas otras- forman parte de nuestras vidas personales y del haz de comunicaciones que vamos creando; ellas nutren, mueven, entretejen y dan forma al mundo actual y futuro.  Desde los recuerdos conformados a partir de mundos que hemos co-vivenciados en diversos ámbitos –familiar, escolar, religioso, laboral, festivo, ciudadano, mundial, etc.- ideamos, elaboramos e implementamos, rechazamos o dejamos inconclusos diversos proyectos de mundos futuros a convivir; mundos más o menos felices; más o menos  violentos o pacíficos.

            Ahora bien ¿qué o quién decide nuestra forma de vivenciar? ¿La calidad de nuestras vivencias más importantes, entre ellas las que hoy nos preocupan, acaso dependen del estado orgánico funcional de nuestras estructuras cerebrales,[i] o de la educación recibida a través de modelos transmitidos -consciente o inconscientemente- por la familia, los centros educacionales, los diferentes medios de comunicación y cultura – televisión, prensa, redes sociales, textos y libros, arte, barrio…- o, lo que determina nuestras vivencias, tendencias y formas de actuar es el azar o acaso un misterio cuya respuesta está más allá de esta vida?   ¿Cuál es la causa de las vivencias que nos llevarán a actuar en forma más o menos violenta o más o menos pacífica, templada y justa?   Estas interrogantes y su respuesta las dejo abiertas a la reflexión de ustedes.  Responder ahora nos llevaría más allá de varios semestres…  Esta vez, nos conformaremos con aprender algo más sobre la violencia que hoy se apodera de ámbitos antes respetados por ella: templos violentados y pastores violentos,  hospitales, museos, bibliotecas, escuela, hogares y civiles sin distingo son bombardeados o sufren actos de terrorismo, pseudolíderes instan a suicidios masivos o asesinatos de inocentes, un lenguaje agresivo se hace habitual, asaltos y saqueos irrumpen a toda hora y en todo lugar, las casas se enrejan, las calles y los jardines infantiles se llenan de cámaras de vigilancia y las personas se arman,  pedofilia, genocidio, femicidio, parricidio son parte de las noticias y estadísticas diarias. Estudiaremos la violencia como vivencia, tanto por parte de quienes la provocan como por parte de los afectados.  Por lo tanto, trataremos de hacer una observación del cómo se van desarrollando las vivencias relacionadas con ella y los errores o aciertos que se comenten al enfrentarla o tratarla.  Para ello, haremos uso del cine como una vía de acceso a los diversos mundos violentos y a los procesos que ocurren en el interior de los victimarios y víctimas.  Vinculado con lo mismo y, recordando que lo importante es ser propositivo, nos propondremos elaborar proyectos educativos que nos permitan crear vivencias que conformen ámbitos de sana convivencia, con la intención de colaborar en la conformación de una cultura para la paz desde las aulas.

            Estimados estudiantes, sólo me lleva a proponer este curso la esperanza y la responsabilidad de quien tiene claro que el educador debe estar preparado para entender y hacerse cargo educativamente de la violencia, teniendo como horizonte e ideal el instar a ser y convivir en cordialidad, solidaridad, templanza y paz.



[i] La neurociencia afectiva se ha puesto de moda. Uno de sus exponentes – Daniel Goleman- afirma: “Según se descubrió en el estudio de Bar-On, los pacientes con lesiones  u otro tipo de daños en la amígdala derecha presentan una pérdida de autoconciencia emocional, es decir, la capacidad de ser conscientes de sus propios sentimientos y comprenderlos”  En el párrafo siguiente agrega que otra zona determinante para la inteligencia emocional es el córtex somatosensorial derecho que dañado  causa “una deficiencia en la autoconciencia , así como en la empatía , es decir, la conciencia de las emociones de los demás”. Y, también asegurará, “la empatía depende asimismo de otra estructura del hemisferio derecho, la  ínsula o córtex insular, un nodo de circuitos cerebrales que detecta el estado corporal y nos dice cómo nos sentimos, por lo cual determina decisivamente cómo nos sentimos y comprendemos las emociones de los demás”.  Completa este cuadro determinante de nuestras vivencias (entre ellas las de ira y violencia) la circunvolición del cíngulo anterior que “se encarga del control de los impulsos, esto es, de la capacidad de manejar las emociones, en especial las angustias y los sentimientos intensos”  y “la franja  ventromedial del córtex prefrontal “centro ejecutivo de la mente, donde reside la capacidad de resolver problemas personales e interpersonales, de controlar los impulsos, de expresar los sentimientos de un modo eficaz y de relacionarnos adecuadamente con los demás” (“El cerebro y la inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos”.  Daniel Goleman.  Ed. B.  Barcelona (España), 2012, pág. 16 -19)

            La neurociencia afectiva se ha puesto de moda. Uno de sus exponentes – Daniel Goleman- afirma: “Según se descubrió en el estudio de Bar-On, los pacientes con lesiones  u otro tipo de daños en la amígdala derecha presentan una pérdida de autoconciencia emocional, es decir, la capacidad de ser conscientes de sus propios sentimientos y comprenderlos”  En el párrafo siguiente agrega que otra zona determinante para la inteligencia emocional es el córtex somatosensorial derecho que dañado  causa “una deficiencia en la autoconciencia , así como en la empatía , es decir, la conciencia de las emociones de los demás”. Y, también asegurará, “la empatía depende asimismo de otra estructura del hemisferio derecho, la  ínsula o córtex insular, un nodo de circuitos cerebrales que detecta el estado corporal y nos dice cómo nos sentimos, por lo cual determina decisivamente cómo nos sentimos y comprendemos las emociones de los demás”.  Completa este cuadro determinante de nuestras vivencias (entre ellas las de ira y violencia) la circunvolición del cíngulo anterior que “se encarga del control de los impulsos, esto es, de la capacidad de manejar las emociones, en especial las angustias y los sentimientos intensos”  y “la franja  ventromedial del córtex prefrontal “centro ejecutivo de la mente, donde reside la capacidad de resolver problemas personales e interpersonales, de controlar los impulsos, de expresar los sentimientos de un modo eficaz y de relacionarnos adecuadamente con los demás” (“El cerebro y la inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos”.  Daniel Goleman.  Ed. B.  Barcelona (España), 2012, pág. 16 -19)

            Vinculado con lo anterior, tenemos las conclusiones que extrae Guido Frank - científico y físico de la Universidad de California- quien analizó la actividad neuronal de un grupo de adolescentes considerados “reactivamente agresivos”.  Ante la muestra de imágenes de rostros amenazantes, los cerebros de estos adolescentes, comparados con otros capaces de controlarse, mostraron una mayor actividad en la amígdala y una menor actividad en el lóbulo frontal. La actividad en la amígdala reflejaría que los participantes más agresivos sentían más miedo cuando veían las caras amenazantes y, al mismo tiempo, eran menos capaces que el resto de controlar sus propios actos.

            Adrian Raine -neurocientífico de la Universidad de Pensilvania- comparó las cortezas prefrontal del cerebro de 792 asesinos, de conducta antisocial con las de 704 personas de comportamiento normal. Junto a otros estudios, se concluyó que las personas con un historial de violencia, presentaban deterioros estructurales y funcionales en dicha región cerebral y que la corteza prefrontal era más pequeña y menos activa.  Además, se observó que también tendían a presentar daños en otras estructuras cerebrales vinculadas a la capacidad de hacer juicios morales, mayormente en la corteza prefrontal dorsal y ventral, en la amígdala y en el gyrus angular (relacionado con el lenguaje y la cognición).

            Sin embargo, estos científicos fueron muy prudentes en sus conclusiones, aclarando los límites de sus investigaciones (señalan que aún se desconoce cómo se producen estas anomalías cerebrales) y además las vinculan con otras realizadas con animales y humanos, de acuerdo con las cuales las influencias del entorno tienen un fuerte impacto en el cerebro, pues demuestran que en individuos con predisposición genética a la violencia, el afecto y el cuidado maternos o de cualquier índole en la infancia reducen el riesgo a que se conviertan en adultos agresivos.

            Guido Frank asegura que, por tanto, la biología y el comportamiento pueden cambiarse y que la imaginería del cerebro debe combinarse con la terapia y el control individualizado para conocer y modificar los progresos de cada individuo. En el comunicado de la Society for Neuroscience, Craig Ferris declaró por otro lado que la comprensión de la confluencia de elementos, tanto ambientales como biológicos, que producen actos violentos, han sido considerados por educadores, profesionales de la salud y científicos durante décadas.

            Por otra parte, un estudio realizado en Virginia Commonwealth University de Estados Unidos, reveló que un gen particular, el CHRM2, influiría en los comportamientos peligrosos que desarrollan algunos adolescentes. Sin embargo, al mismo tiempo este estudió concluyó que la influencia de este estaría condicionada por la atención paterna y materna (el grado de conocimiento que los padres tienen acerca de lo que sus hijos hacen) que ejercería como  moderador clave del grado de influencia de las predisposiciones genéticas hacia ciertas actitudes perniciosas. Esta investigación analizó el comportamiento y las muestras de ADN de 450 voluntarios, desde la escuela infantil y hasta la adolescencia.  Los resultados obtenidos demostraron que el comportamiento es una combinación de predisposición genética e influencia ambiental y que, por tanto, el riesgo de desarrollar actitudes nocivas por predisposición genética puede mitigarse.




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