No es
lo vivido sino las vivencias son las que nutren y dirigen nuestras existencias.
Nuestras vivencias, entendidas como la forma de percibir, sentir, tomar
conciencia de sí mismos y de todo, son las que deciden –generalmente, sin que
nos percatemos de ello- nuestras actitudes, valoraciones, pensamientos,
acciones, emociones, forma de proyectarnos, recordar, comunicarnos; nuestros
ideales, amores y el sentido que demos a la vida y a la muerte. Por lo mismo,
nuestras vivencias determinan nuestras necesidades personales y la forma de
tender a ellas, el modo como satisfacerlas o renunciarlas, cómo, cuándo, dónde
y a qué costo…
En
cuanto no somos seres inmanentes (seres cerrados en sí mismos, cuyo actuar no
trasciende, por lo cual no afecta a nada más que a sí mismo) sino que
trascendemos, nuestras más íntimas vivencias afectarán directa o indirectamente
a los demás: recuerdos, proyectos, temores, confianzas y desconfianzas, egoísmos,
celos, avaricia, generosidad, amores, vocaciones, frustraciones, sublimaciones,
ideas, creencias, ansias de poder y voluntad de servicio, timidez, necesidad de
reconocimiento, timidez, sobreestimación, desconsideración, gratitud,
resentimiento, remordimiento, solidaridad, odio, ira, agresividad… Todas estas
vivencias–y muchas otras- forman parte de nuestras vidas personales y del haz
de comunicaciones que vamos creando; ellas nutren, mueven, entretejen y dan
forma al mundo actual y futuro. Desde
los recuerdos conformados a partir de mundos que hemos co-vivenciados en
diversos ámbitos –familiar, escolar, religioso, laboral, festivo, ciudadano,
mundial, etc.- ideamos, elaboramos e implementamos, rechazamos o dejamos
inconclusos diversos proyectos de mundos futuros a convivir; mundos más o menos
felices; más o menos violentos o
pacíficos.
Ahora
bien ¿qué o quién decide nuestra forma de vivenciar? ¿La calidad de nuestras
vivencias más importantes, entre ellas las que hoy nos preocupan, acaso
dependen del estado orgánico funcional de nuestras estructuras cerebrales,[i]
o de la educación recibida a través de modelos transmitidos -consciente o
inconscientemente- por la familia, los centros educacionales, los diferentes
medios de comunicación y cultura – televisión, prensa, redes sociales, textos y
libros, arte, barrio…- o, lo que determina nuestras vivencias, tendencias y
formas de actuar es el azar o acaso un misterio cuya respuesta está más allá de
esta vida? ¿Cuál es la causa de las vivencias que nos
llevarán a actuar en forma más o menos violenta o más o menos pacífica,
templada y justa? Estas interrogantes y
su respuesta las dejo abiertas a la reflexión de ustedes. Responder ahora nos llevaría más allá de
varios semestres… Esta vez, nos
conformaremos con aprender algo más sobre la violencia que hoy se apodera de ámbitos
antes respetados por ella: templos violentados y pastores violentos, hospitales, museos, bibliotecas, escuela,
hogares y civiles sin distingo son bombardeados o sufren actos de terrorismo, pseudolíderes
instan a suicidios masivos o asesinatos de inocentes, un lenguaje agresivo se
hace habitual, asaltos y saqueos irrumpen a toda hora y en todo lugar, las
casas se enrejan, las calles y los jardines infantiles se llenan de cámaras de
vigilancia y las personas se arman, pedofilia,
genocidio, femicidio, parricidio son parte de las noticias y estadísticas
diarias. Estudiaremos la violencia como vivencia, tanto por parte de quienes la
provocan como por parte de los afectados.
Por lo tanto, trataremos de hacer una observación del cómo se van
desarrollando las vivencias relacionadas con ella y los errores o aciertos que
se comenten al enfrentarla o tratarla. Para
ello, haremos uso del cine como una vía de acceso a los diversos mundos
violentos y a los procesos que ocurren en el interior de los victimarios y
víctimas. Vinculado con lo mismo y,
recordando que lo importante es ser propositivo, nos propondremos elaborar proyectos
educativos que nos permitan crear vivencias que conformen ámbitos de sana
convivencia, con la intención de colaborar en la conformación de una cultura
para la paz desde las aulas.
Estimados
estudiantes, sólo me lleva a proponer este curso la esperanza y la
responsabilidad de quien tiene claro que el educador debe estar preparado para
entender y hacerse cargo educativamente de la violencia, teniendo como horizonte
e ideal el instar a ser y convivir en cordialidad, solidaridad, templanza y
paz.
[i] La neurociencia afectiva se ha puesto
de moda. Uno de sus exponentes – Daniel Goleman- afirma: “Según se descubrió en
el estudio de Bar-On, los pacientes con lesiones u otro tipo de daños en la amígdala derecha
presentan una pérdida de autoconciencia emocional, es decir, la capacidad de
ser conscientes de sus propios sentimientos y comprenderlos” En el párrafo siguiente agrega que otra zona
determinante para la inteligencia emocional es el córtex somatosensorial
derecho que dañado causa “una
deficiencia en la autoconciencia , así como en la empatía , es decir, la
conciencia de las emociones de los demás”. Y, también asegurará, “la empatía
depende asimismo de otra estructura del hemisferio derecho, la ínsula o córtex insular, un nodo de circuitos
cerebrales que detecta el estado corporal y nos dice cómo nos sentimos, por lo
cual determina decisivamente cómo nos sentimos y comprendemos las emociones de
los demás”. Completa este cuadro
determinante de nuestras vivencias (entre ellas las de ira y violencia) la
circunvolición del cíngulo anterior que “se encarga del control de los
impulsos, esto es, de la capacidad de manejar las emociones, en especial las
angustias y los sentimientos intensos” y
“la franja ventromedial del córtex
prefrontal “centro ejecutivo de la
mente, donde reside la capacidad de resolver problemas personales e
interpersonales, de controlar los impulsos, de expresar los sentimientos de un
modo eficaz y de relacionarnos adecuadamente con los demás” (“El cerebro y la
inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos”. Daniel Goleman. Ed. B.
Barcelona (España), 2012, pág. 16 -19)
La neurociencia afectiva se ha puesto
de moda. Uno de sus exponentes – Daniel Goleman- afirma: “Según se descubrió en
el estudio de Bar-On, los pacientes con lesiones u otro tipo de daños en la amígdala derecha
presentan una pérdida de autoconciencia emocional, es decir, la capacidad de
ser conscientes de sus propios sentimientos y comprenderlos” En el párrafo siguiente agrega que otra zona
determinante para la inteligencia emocional es el córtex somatosensorial
derecho que dañado causa “una
deficiencia en la autoconciencia , así como en la empatía , es decir, la
conciencia de las emociones de los demás”. Y, también asegurará, “la empatía
depende asimismo de otra estructura del hemisferio derecho, la ínsula o córtex insular, un nodo de circuitos
cerebrales que detecta el estado corporal y nos dice cómo nos sentimos, por lo
cual determina decisivamente cómo nos sentimos y comprendemos las emociones de
los demás”. Completa este cuadro
determinante de nuestras vivencias (entre ellas las de ira y violencia) la
circunvolición del cíngulo anterior que “se encarga del control de los
impulsos, esto es, de la capacidad de manejar las emociones, en especial las
angustias y los sentimientos intensos” y
“la franja ventromedial del córtex
prefrontal “centro ejecutivo de la mente, donde reside la capacidad de resolver
problemas personales e interpersonales, de controlar los impulsos, de expresar
los sentimientos de un modo eficaz y de relacionarnos adecuadamente con los
demás” (“El cerebro y la inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos”. Daniel Goleman. Ed. B.
Barcelona (España), 2012, pág. 16 -19)
Vinculado con lo anterior, tenemos las conclusiones que
extrae Guido Frank - científico y físico de la Universidad de California- quien
analizó la actividad neuronal de un grupo de adolescentes considerados
“reactivamente agresivos”. Ante la
muestra de imágenes de rostros amenazantes, los cerebros de estos adolescentes,
comparados con otros capaces de controlarse, mostraron una mayor actividad en
la amígdala y una menor actividad en el lóbulo frontal. La actividad en la
amígdala reflejaría que los participantes más agresivos sentían más miedo
cuando veían las caras amenazantes y, al mismo tiempo, eran menos capaces que
el resto de controlar sus propios actos.
Adrian Raine -neurocientífico de la Universidad de
Pensilvania- comparó las cortezas prefrontal del cerebro de 792 asesinos, de
conducta antisocial con las de 704 personas de comportamiento normal. Junto a
otros estudios, se concluyó que las personas con un historial de violencia,
presentaban deterioros estructurales y funcionales en dicha región cerebral y
que la corteza prefrontal era más pequeña y menos activa. Además, se observó que también tendían a
presentar daños en otras estructuras cerebrales vinculadas a la capacidad de
hacer juicios morales, mayormente en la corteza prefrontal dorsal y ventral, en
la amígdala y en el gyrus angular (relacionado con el lenguaje y la cognición).
Sin embargo, estos científicos fueron muy prudentes en
sus conclusiones, aclarando los límites de sus investigaciones (señalan que aún
se desconoce cómo se producen estas anomalías cerebrales) y además las vinculan
con otras realizadas con animales y humanos, de acuerdo con las cuales las
influencias del entorno tienen un fuerte impacto en el cerebro, pues demuestran
que en individuos con predisposición genética a la violencia, el afecto y el
cuidado maternos o de cualquier índole en la infancia reducen el riesgo a que
se conviertan en adultos agresivos.
Guido Frank asegura que, por tanto, la biología y el
comportamiento pueden cambiarse y que la imaginería del cerebro debe combinarse
con la terapia y el control individualizado para conocer y modificar los
progresos de cada individuo. En el comunicado de la Society for Neuroscience,
Craig Ferris declaró por otro lado que la comprensión de la confluencia de
elementos, tanto ambientales como biológicos, que producen actos violentos, han
sido considerados por educadores, profesionales de la salud y científicos
durante décadas.
Por otra parte, un estudio realizado en Virginia
Commonwealth University de Estados Unidos, reveló que un gen particular, el
CHRM2, influiría en los comportamientos peligrosos que desarrollan algunos
adolescentes. Sin embargo, al mismo tiempo este estudió concluyó que la
influencia de este estaría condicionada por la atención paterna y materna (el
grado de conocimiento que los padres tienen acerca de lo que sus hijos hacen)
que ejercería como moderador clave del
grado de influencia de las predisposiciones genéticas hacia ciertas actitudes
perniciosas. Esta investigación analizó el comportamiento y las muestras de ADN
de 450 voluntarios, desde la escuela infantil y hasta la adolescencia. Los resultados obtenidos demostraron que el
comportamiento es una combinación de predisposición genética e influencia
ambiental y que, por tanto, el riesgo de desarrollar actitudes nocivas por
predisposición genética puede mitigarse.
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