La Enseñanza
Del Amor
Si enseñáramos a amar, no habría violencia, ni
insensibilidad, ni indiferencia. Desgraciadamente, la humanidad ha elegido el
camino del desamor, de la falta de hogar, de la ausencia de verdaderos amigos.
Pero no tiene sentido quejarse; con quejas nada se arregla sino se oscurece: El
principio es uno: Se enseña a amar amando.
1. El amor es la forma que tenemos de hacernos
auténticamente presentes en y ante el mundo: Cuando amamos y sabemos que nos
aman, podemos ser nosotros y, simplemente, presentamos tal cual somos; sin
máscaras, sin hipocresías, sin
inautenticidades; sin temor a ser descalificados o violentados. El amor es la forma más auténtica de
existencia personal, es la forma que tiene nuestro ser esencial de
existir. Así, el amor nos confirma como
personas auténticas, íntimas, únicas, semejantes pero nunca idénticas.
2. Por cuanto somos personas íntimas, sólo cada
uno puede amar su amor; nadie puede amar por mí: la fuente, el origen y fuerza del amor es cada
sí mismo. Lo amado puedo ser yo o los
demás; pero el amor es la energía de ser que brota de nuestra esencia,
irradiándola e invitando al amado-a a también amar. Por ello, el amor es libre,
pues nadie puede invadir nuestra intimidad; así como tampoco somos parte o
propiedad de alguien. El amor no
esclaviza, no se apropia, no te invade: admira, respeta, coopera, complementa,
espera, propone.
3.
Por lo mismo, el amor requiere de almas fuertes y nobles, que puedan
comprometerse y responsabilizarse de su amar. Por ello, el amor es una invitación
al encuentro de intimidades unidas por una comunión de presencias que se
dignifican, enaltecen. Por ello, todo
amor es benevolente, esto es, desea el
bien del amado-a; aunque ello implique su alejamiento. El amor, por lo mismo, es desinteresado: da
para que el amado-a esté bien; no da pensando en recibir; no es una relación de
negocio sino una comunión de dignidades que, por sobre todo, se respetan. De
ahí, el sentido del sacrificio de amor, cuando los amantes ofrecen al amado-a
lo que en ellos causará una necesidad no satisfecha pero nunca más importante
que la mayor convicción de amor: el amante sabe que es feliz haciendo feliz al
amado-a: “Soy feliz haciéndote feliz”.
Por ello, el dolor siempre formará parte del amor: sufrimos con el
sufrimiento no sólo propio, sino del amado-a; sufrimos al no poder ayudarle, a
no poder reemplazarlos en el dolor y sufrimos con su lejanía… El amor de los padres a sus hijos sabe muy
bien de ello: el niño enferma y la madre, padre. Sienten el dolor de la impotencia….
Cómo gustosos dolerían por los hijos, desde ese dolor de muelas hasta ese
desamor, traición o fracaso… Pero no, somos seres íntimos y cada cual debe
doler su dolor de muelas y sufrir sus sufrimientos y alegrar sus alegrías. Por supuesto, tus tristezas me pondrán
triste; pero entonces seremos dos sintiendo cada uno sus propias tristezas y
mutuamente consolándonos (con-solar significa estar con la soledad del otro,
acompañarlo). El amor padres-hijos es un
amor que sabe de muchos sufrimientos: el hijo en un principio es tan
dependiente que es fácil que los padres sientan que les pertenece. Pero el niño
va creciendo y con ello va cobrando cada vez más independencia, corriendo
mayores riesgos, mayores éxitos y fracasos.
Aventureros de la vida, fascinados con la novedad, primero de los
juguetes, luego de las sensaciones y emociones que puede ofrecer una vitalidad
juvenil que se inicia en la vida (sexualidad, alcohol, drogas, deportes, juegos
de azar, caudillismo…) los padres sufren el riesgo a que sus hijos se exponen…
Entonces surge el deseo “ojalá permanecieran niños, al resguardo del hogar,
bajo el mandato y responsabilidad de los padres…”. Pero no, la vida sigue, no se detiene, hay
que cruzar etapas y cada etapa tiene su costo de madurez para pasar a la
siguiente… Entonces, “afortunadamente”, tal vez venga el otro sufrimiento: una
profesión cuyo estudio y ejercicio requiere lejanía (que generalmente el joven
también la quiere) y, luego, después de tanto sacrificio de amor… el hijo ya
adulto anunciará que formará su propia familia…
Es la historia de la vida y del amor y del sufrimiento y sacrificio de
amor que no resta felicidad porque tiene sentido: somos felices amando y quien
ama no pretende más: sólo amar y que el amado esté bien y crezca humanamente,
esto es, sea un gran hombre o una gran mujer.
Es la historia de vida contada a
grandes rasgos; sin parar en los accidentes y situaciones límites de un Kevin
que sale de su casa para ir a correr y un chofer ebrio le amputa las piernas o
de la pequeña o adolescente que es violada o asesinada por psicópatas; o del
niño o joven que enferma de un cáncer irremediable. Alguien podría pensar: ¿No sería mejor no
amar y así no nos exponemos a tantos y tan grandes sufrimientos? La respuesta es clara: quien renuncia al
amor, parte renunciando a la felicidad; pues es el amar lo que nos hace felices
y da sentido a todos nuestros desvelos.
De lo contrario, ¿para qué ser profesores, médicos, arquitectos,
modistas, pescadores? Pues hemos de saber, que si hay tanta infelicidad, es,
precisamente, porque muchos actúan (piensan, dicen, trabajan) no por amor sino
por conveniencia o simple, egoísta y superficial placer.
4.
No confundamos querer con amar: Es fácil decir “te quiero”; no es fácil decir
“te amo”. Y es fácil decir te quiero
porque el verbo querer lo usamos constantemente: quiero agua, quiero descansar,
quiero comer, quiero dormir, quiero ir al baño, quiero ir a bailar, quiero un
auto, quiero un computador nuevo… te quiero.
Nada más distinto al amor que el querer: El querer es
egoísta, consume o usa lo querido para su propia satisfacción, lo querido puede
ser reemplazado si es accesible algo de mejor calidad, utilidad o que cause más
satisfacción, cuando el querer es satisfecho, hay placer; todo querer y placer
tiempo un tiempo, más allá del cual se vuelve en desagrado, dolor o displacer.
El querer llevado a su máxima expresión da lugar a la envidia y al odio que es
el deseo y placer de destruir al odiado-a.
Veamos algunos ejemplos:
Quiero agua, tengo sed… Mientras tenga la necesidad sed, voy
a querer lo que la satisface: agua. Tomo
agua y siento placer. El placer requiere
que exista la necesidad y aquello que la satisface…. Ya no quiero más agua, ya
no tengo sed; no volveré a querer agua hasta que no vuelva a necesitarla. El agua la consumí, para eso es, para
satisfacer mi necesidad. El querer está centrado en el yo: yo tengo sed, yo
quiero agua; yo no quiero más…
Así, aquello que nos causa mayor sensación de placer, puede
convertirse en un displacer, si es llevado más allá de la necesidad; incluso,
puede causarnos la muerte. Eran famosos los concursos de resistencia de baile
que se transformaban en suplicio para los bailarines. Por mucho que nos guste una comida, más allá
de cierta cantidad se convertirá en un desagrado; de tal forma, ya no querremos
verla, ni sentir su olor. Por lo mismo,
entre necesidad y necesidad se produce
un corte con lo querido: nos olvidaremos del agua hasta que volvamos a
desearla. El problema es que a veces
queremos y sólo queremos a las personas: las usamos para satisfacción de
nuestras necesidades y sólo en tanto las satisfacen; mientras sirvan y no
aparezca algo mejor que las reemplace…
Ante la sed, aceptamos el agua; pero si nos ofrecen un jugo de la fruta
que más nos gusta… y si tal persona lo sabe preparar mejor… y si es servido en
un ambiente más cómodo? Por ello, cuando
la persona se sabe no amada sino sólo querida, siente celos y envidia a todo
aquel o aquella que pueda aparecer más apetecible, más útil.
Por lo expuesto, podemos deducir que es el querer el que nos
lleva a etiquetar las personas: Tal persona es superficial, tonta pero me sirve
para satisfacer necesidades sexuales; esta otra es aburrida pero tiene buenos
apuntes de clases; esta otra tiene solvencia social, esta otra me escucha y
hace reír, la otra cubre mis necesidades materiales y ahora quiero estar
solo-a…
Es el querer también el que nos induce al odio; así, cuando
etiquetamos a alguien como un obstáculo
que es necesario destruir; cuando la envidia envenena el alma, a tal punto, que
eres feliz con su desgracia y sientes pena con su alegría.
Alguien podría preguntarse ¿Podemos amar y querer? Es que
entonces no será querer será amor; pues quien ama siente “placer” al estar con
el amado, “quiere” sus caricias… pero en verdad, no es mero querer, ni mero
placer. Por ello, se ama besando y se
ama trabajando para el amado-a; se ama haciendo proyectos en conjunto y
colaborando con los del amado-a, se ama cuidando y cultivando el amor,
construyendo un hogar, una familia, una escuela, un país, se ama consolando,
dando ánimos y escuchando; se ama en el silencio, en la risa y en el llanto.
Cuando amamos, después del placer continúa el amor expresado en la ternura, en
el darse la mano. Quienes se aman, fortalecen
su mor en la distancia; quienes sólo se quieren, con la distancia y sin ella,
viene fácilmente el olvido y, si hay problemas, el alejamiento. Quien sólo te quiere no te respeta sino
sub-yuga (pone bajo su yugo) para tenerte a su disposición; cualquier intento
de afirmación o valoración personal le irritará; pues necesita que te sientas inferior y a sus pié. En el querer no hay una comunión de amor sino
una fusión o absorción de lo querido, que va siendo consumido por el
queriente. En el queriente no hay un
acogimiento del ser del otro, no hay una valoración; pues entonces no podría
sólo quererle… Si amáramos el agua, o
esa lechuga, no la comeríamos; así como nadie podría comerse su mascota.
5. En todo amor – trátese del amor filial (padres-
hijos-abuelos- hermanos…), del amor de amistad, del amor de pareja, del amor
vocacional, del amor por la naturaleza, del amor por el terruño o por la
patria, del amor oblativo (el amor a Dios y a los semejantes)- para el amante,
el tú amado-a es lo más importante; por ello el amor es siempre generoso; da
sin esperar retribuciones: se es feliz amando.
Por ello, cuando el amado da las gracias, el amante se emociona. Por lo
mismo, cuando el amante hace un sacrificio de amor, no lo divulga, no lo saca
en cara: es donación, no es inversión.
El amor nos realiza como personas, pues su origen es nuestro
ser esencial, nuestra intimidad: por ello somos felices amando y nada puede
quitar la felicidad de amar; ni siquiera el dolor. La felicidad no es temporal como el placer:
nadie reclama “¡Ya, suficiente; no quiero más felicidad hasta el próximo martes
o hasta que te vuelva a llamar! Es que
felicidad no tiene que ver con logros, placer, sino con la realización del ser. Por lo demás, quien ama ya no puede dejar de
amar; pues lo que era potencia es realización de ser.
6. Amor que nace nunca muere y, si alguien
piensa: yo amé a x persona pero luego lo dejé de amar… la frase correcta
tendría que ser: Creí que amaba a X o creíamos amarnos. El amor exige madurez, saber escuchar los
silencios, saber leer las mirada, lo que se dice y lo que no se dice…. Saber
esperar; saber decir sí y también saber decir no. Saber quién somos y quién no somos. El amor es delicado, es respetuoso, admira al
amado-a, le es fiel, se compromete, es dialogante, no se puede ocultar porque
lo ahogaríamos ya que irradia a dos seres que trascienden amando: el amor es
sensible al dolor, a la alegría, a la belleza.
Por ello, no debemos confundir a quien no ama con quien no sabe expresar su
amor o no está aún preparado para realizar ese amor porque le falta madurez o
porque debe sanar ciertas heridas.
En cuanto persona única e irrepetible, nadie puede reemplazar
el vacío de amor que deja un alma egoísta; como tampoco pueden ser reemplazadas
las acciones y obras de amor con que cada amante engalana o acaricia nuestro
Universo y nuestros mundos. Por ello,
los amantes se encuentran en la trascendencia de sus intimidades y amándose
crean un “nosotros” y un “lo nuestro”; también únicos, como las obras poéticas:
Nosotros, nuestra familia, nuestro hogar, nuestra escuela, nuestros amigos,
nuestro barrio, nuestro país, nuestros proyectos… Todos irreemplazables. Se requiere sensibilidad para aprehender lo
poético del amor y sólo quien ama será sensible…
7. Así, el amor nos hace crecer como personas,
realizarnos. El amor nos fortalece, con
una fuerza que se nutre de la imagen del amado-a que es atesorada en nuestra
alma y que surge una y otra vez como re-cuerdo (Recuerdo viene del latín
re-cordis, donde cordis es corazón.
Recordar es hacer que pase por el corazón lo que una vez pasó). Decíamos, entonces, que el amor se nutre de
recuerdos y de los proyectos que surgen como expresión del compromiso mismo de
amar; donde las promesas de amor, unen a los amantes a través de proyecciones
futuras.
El amor es reversible: quien da de sí, al dar, recibe…
renace, su alma se ilumina y ella ilumina todo lo que mira: la mirada del amor
es la mirada del alma que traspasa lo objetual, lo cósico para aprehender lo
esencial. No se queda en el cuerpo del amado aunque lo ame, sino que a través
del abrazo recibe al amado mismo: por ello, los amantes siempre se encuentran
bellos, porque lo son, porque el amor es bello, porque nuestro ser esencial es
bello y porque cuando amamos, ya no podemos ver al otro como a un objeto; pues
estamos presentes como intimidad única ante otra intimidad en que reconocemos a
un semejante de igual dignidad: Al respecto, nos sirve como ejemplo de esta
idea lo que explica Martín Buber, cuando diferencia dos actitudes que podemos
adoptar ante los demás: “El niño que habla en silencio a su madre sin nada más
que mirarla a los ojos, y el mismo niño que mira algo que la madre tiene como
si fuera cualquier objeto” (Marín Buber: “Eclipse de Dios”. Ed. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1970, pág. 43) La primera, es la mirada de amor, a la persona…;
la segunda, es la mirada que damos a un objeto de uso que sirve en la medida
que nos presta utilidad: la primera es la mirada de un yo a un tú; la segunda,
es la mirada de un yo a un ello: es la diferencia entre amar y querer. Si hay violencia, si hay odio, si hay falta
de respeto, es porque tratamos a las personas como cosas, ellos; que o sirven o se desechan; que se compran o
venden, se intercambian o reciclan o tiran a la basura…
Y aquí, no puedo dejar de recordar el caso con que se inició
la Teletón 2011; pues creo es ejemplar de todo lo que hemos expuesto:
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¿Quién rehabilita a quién?
¿Acaso no es el amor que hace crecer a un hombre – a Don Julio, el
abuelo- quien antes de tener el encuentro con Cristian, su nieto, tenía su ser
encapsulado, enquistado, oculto? Son los misterios de la vida… Un pequeño ser,
con dificultades de sobrevivencia ostensibles, aparece ante Don Julio y lo hace
detener su mero pasar, su indiferencia para consigo y con los demás; Cristian
logra lo que nadie antes había logrado…
Seguramente, en un primer momento, el abuelo quedó paralizado por el
asombro: se encontró ante un pequeño ser indefenso que no era culpable de sus
daños ni deficiencias, ni de los retos que ocasionaría a los demás…
Seguramente, ello le llevó a tomar conciencia de todos los dones que él
gratuita e inmerecidamente poseía: caminar, hablar, hacer uso de sus manos con
facilidad…. Autonomía de movimientos…. Pero ¿para qué; qué había hecho con
ellos y qué había hecho de sí mismo? ¿Hacerse esclavo del alcohol, de la ira,
la flojera, el desorden? Y ahí, frente a él, ese recién nacido que empezará
arrastrándose como “una culebrita”; luego, intentando alzar su tronco y cabeza
como “un suricato”… Pues será ese niño quien hará presente a Don Julio la
decisión más importante: la decadencia o el ascenso; pues ante él aparecerán dos
caminos definidos y divergentes: o sigue huyendo o responde; asume o
evade. Y Don Julio opta por ser y asume
y aprende a amar y a sufrir: su
sensibilidad aflora y con ella, el dolor, la fortaleza, el respeto por sí mismo
y por los demás. Su sensibilidad le da la sabiduría del amor que le permite ver
lo esencial, aquello que está más allá de un cuerpo limitado – el de su nieto-
y de una vida mal hecha – la propia-
Visiona a dos grandes hombres y a toda una familia y por amor es capaz
de superar sus propios vicios y debilidades y nutrir a los demás. Y este gran hombre y abuelo hace de Cristian
un ser amado y respetado, a quien regala un hogar y le hace descubrir su valor
y dignidad. Cristian, es la luz que
requería el abuelo para también vivir y hacerlo dignamente, amando y siendo
amado. Coraje, ternura, dolor,
compromiso pasaron a ser el semblante de este abuelo que despertó a la
verdadera existencia. Y el abuelo “tomó
conciencia” que él podía donarle a ese niño lo mejor de sí: amor, fuerza,
respeto, coraje, superación del dolor, esperanza, felicidad, otorgarle de su
fuerza y el mérito del deber cumplido que nos hace merecedores de los dones
gratuitamente recibidos y tantas veces desperdiciados “Que si antes la vida la
tomaba muy livianamente o tal vez muy como libertina… ahora no; la tomo con
respeto, con cariño” Y el abuelo amó y
fue capaz de tomar en sus brazos a Cristian. Cristian, a su vez, le detuvo en
su caída. “Yo nací de nuevo; me
transformó por entero”
Cristian: “Mi abuelo es como mi ángel
protector. Lo amo. Por él tengo ganas de seguir luchando.”
Abuelo: “Y siempre… desde chico..
Gracias tata… No sé… a que él me diga gracias a mi… (se emociona…) Nací de nuevo, yo nací de nuevo; me
transformó entero.
Cristian: “¡Mi Tata… son mis piernas.
Ya es parte de mi vida… y nunca… le voy a dejar de dar las gracias… por todo lo
que…ha hecho él por mí!”
Las miradas de amor, de
respeto, de admiración y de gratitud por ambas partes, un abrazo dado desde el
alma… nos benefician a todos. Nutren el
alma, sobre todo de quienes tenemos por
vocación educar: El halo de luz es más notorio en la oscuridad; cuando
en medio, de tanta indiferencia, ingratitud, envidias, odios, violencias, mentiras, mezquindades, falta de
respeto: aparecen dos seres que representan a todos aquellos por quienes vale
la pena amar, sacrificarse y ser
mejores.
La Enseñanza De La
Generosidad
Actualmente, conformar una cultura
de la solidaridad, implica ser generoso; no sólo ayudar en algo cuyo camino ya
está preparado, no sólo implementar, dando cosas –lo que no negamos también se
requiere y siempre con urgencia- sino dar de sí para construir lo no hecho;
donde no hay caminos o están cortados u obstaculizados o abandonados. Generosidad, término que deriva del latín genius y éste de gignere, generar,
engendrar. Generoso es quien es capaz de
crear, de ingeniárselas; de instar a hacer lo que tal vez nadie va a aplaudir o
reconocer. Se requiere de lo que en
moral se llama magnanimidad; pues se está sólo dando para construir lo que sólo
las almas también magnánimas pueden valorar: una convivencia donde prime el
amor y, ello, en tiempos que se resalta lo ostentoso, lo que vende, lo que es
noticia. La paz, la salud, la
colaboración, rara vez hacen noticia: lo hace el femicidio, parricidio, guerra,
catástrofes, asaltos, buling, abuso sexual.
La generosidad sí ofrece una riqueza
inextinguible: la realización y la conciencia de haber cumplido. Cuando
nos unimos solidaria y generosamente, surge una fuerza interior y de
realización plena (lo que no significa acabada) de haber hecho lo que se
debía.
“El zorro mutilado
Un
hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por
lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un
tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el
resto de la carne para el zorro.
Al
día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. Él
comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo:
«Voy
también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito. »
Así
lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi
a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: « ¡Oh tú, que te
hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del
tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado.»
Por
la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero
vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me
encolericé y le dije a Dios: «¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces
nada para solucionarlo? »
Durante
un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió:
«Ciertamente que he hecho. Te he hecho a ti. »
Anthony de Mello.
El canto del pájaro
Sl Terrae, España, 1988, pág.
106-107
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